El despertar (cuento)

Desde lo más profundo de mi Ser dedico este realto a una  una gran maestra que se cruzó en mi camino y me permitio recordar y comprender.

Hace mucho mucho tiempo, en el fondo del océano, existía una ciudad fantástica, la llamaban la ciudad de cristal. Era una ciudad muy peculiar pues todas sus casas, sus árboles, sus plantas y todo lo que había en ella era de cristal, un cristal precioso y transparente que permitía ver con toda claridad todos los detalles de aquel maravilloso lugar. En la ciudad de cristal, habitaban unas pequeñas  criaturas, con forma humana pero sus cuerpos eran de distintos colores, unos eran verdes otros rosas otros blancos, en fin de todos los colores que os podáis imaginar. Pero esto no era un conflicto para ellos pues a pesar de los diferentes colores que tenían y  que no entendían, vivían en paz y se respetaban entre ellos.

Cada tarde salían a pasear, sintiendo todo lo afortunados que eran por todas aquellas maravillas. Pero eran espíritus inquietos y querían comprender que significado tenía que fuesen de distintos colores y cada vez esa inquietud se iba haciendo más y más fuerte, de tal forma que decidieron emprender un viaje donde pudieran encontrar  respuestas.

A la mañana siguiente sin saber a donde iban y lo que podían encontrar, se dispusieron a salir. Viajaron durante 3 días, hasta que llegaron a un gran desierto donde no había nada solo el silencio y la arena de aquel lugar. De pronto un fuerte viento huracanado sopló y empezaron a tambalearse de una lado para otro y sintieron pánico pues sabían que algo iba a ocurrir allí aunque aun  no podían comprender ¿el que? Pero el viento duró solo unos instantes y pronto muy se calmó. 

Confusos y a la vez asombrados  vieron como una gran nave había aparecido justo delante de ellos y con respeto ante lo desconocido pero sin demora decidieron subir a ella y emprender aquel fantástico viaje que no sabían demasiado a donde les llevaría, pero lo que si tenían claro es que seria bueno para ellos. Al subir a la nave se dieron cuenta de que no eran los únicos, pues  había allí miles de personas de distintos lugares que también buscaban respuestas. Tomaron sus asientos, se abrocharon los cinturones y se dispusieron a disfrutar de aquella aventura.

El camino no fue fácil aunque todos lo vivieron y lo sintieron en sus cuerpos de color de forma diferente. Pasaron por el centro de un huracán, donde pudieron sentirse perdidos, entraron en un túnel tan oscuro que pudieron sentirse morir, luego subieron a una montaña tan alta que les entro el vértigo, pasaron también por una carretera  tan llena  de curvas y sintieron  mareo, también se sumergieron en el agua y sintieron que se ahogaban y así en cada uno de los lugares por los que pasaron pudieron sentir esas sensaciones y finalmente aterrizaron en Andrómeda.

En un momento determinado se presentaron los comandantes y maestros que de alguna forma eran los que les iban instruir. Los Seres luminosos se sentían nerviosos, pero el amor y la entrega que  desprendían aquellos maestros pronto provoco que todos aquellos buscadores de respuestas se sintieran cómodos y tranquilos. Rápidamente se creo una gran afinidad y lazos entre todos de tal forma que se creo una especie de gran familia. Se nos invitó a trabajar en grupos para estar más organizados y entonces apareció nuestra maestra. Un Ser de luz muy hermoso, de aspecto serio, estricto, ordenado, pero desde el cariño y con su sabiduría nos mostró todo lo valiosos que éramos todos, aun sabiendo que todavía no estábamos a la altura de las expectativas que se requerían allí, nos mostró todos su trucos y su mágia en el trabajo y compartió con nosotros todo su saber. Yo me sentía  maravillada, lo quería absorber todo y no dejar escapar ningún detalle  y  lo vivía como un regalo divino.

Allí pudimos recordar quienes somos, porque estamos aquí, pudimos sentir que estamos hechos de amor, pudimos sentir la paz, la compasión por los demás y por nosotros mismos y nos dimos cuenta de los valiosos que éramos y entonces nos sentimos libres. Al finalizar aquel viaje se nos permitió mirarnos en un gran espejo y  pudimos ver que los colores de nuestro cuerpo luminoso habían cambiado y ahora los teníamos todos integrados, éramos de muchos colores y todos éramos iguales.

Al volver de regreso a casa nos dimos cuenta de que todo era distinto y yo sentí que había nacido de nuevo. Gracias a aquella maestra que nos mostró cada día lo valiosos que éramos.

Gracias.

                                                                                                                             Montse Torres